jueves, 15 de septiembre de 2016

Decorrido

Cuando entendió que no había más por escribir decidió escribir hasta que no hubiese algo más para no escribir y haberlo abarcado todo en medio la incompletitud sistémica del sistema completo que se define a sí mismo para poder existir en su negación y ocupar simultáneamente el volumen de su materia y antimateria como el que vuelve a su reflejo ante el espejo para reconocerse como el que fue y ya no es y por ende no puede reconocer el hombre que fue antes de ser el que es ahora y no mañana como el tiempo que se yuxtapone a su propio devenir para recorrerse en ciclos que no empiezan ni terminan porque no hay límite visible o calculable que sirva de referencia a lo que ha iniciado o finalizado sin causa alguna o efecto resultante de la colisión espacio-temporal de lo que ha sido y ha debido ser sin que se pueda emitir un juicio de valor que ya no vale nada porque sin el tiempo no hay tal juicio y sin el espacio no hay lugar para el juicio que ya perdió su valor ante el análisis inductivo que termina por deducir que no hay generalidad en la particularidad ni particularmente algo genérico que enmarque sistémicamente el conjunto que definimos como partida que busca reflexivamente una relación terminal en otro universo que lo concluya pero no lo delimite en ese mismo acontecer de su sobreyectividad punto por punto que pasa por todos los puntos y por ninguno como el tiempo cuando se bifurca en sí mismo y se reinicia sin sentido como el texto que se escribe de corrido sin habérselo propuesto 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Scrum

Barbas llegó tarde a la daily meeting como lo había hecho toda la semana. El ritmo de trabajo era agotador y tenía represadas varias tareas que en realidad nunca había entendido. La definición del proyecto humanidad era un mar de dudas y generalidades sin mucha profundidad. Barbas culpaba a los dueños del producto por introducir la posibilidad del libre albedrío como un requisito indispensable para la primera fase. Le parecía más sensato construir un prototipo determinista aconductable y probarlo en un ambiente relacional y luego, sólo si era rentable, llenarlo de características libertarias.

El gordo Buda y el pulpo Ganesha se reían de él entre dientes. Habían dejado de ser juniors en el desarrollo y les gustaba burlarse de la desgracia del novato cuando lo veían cometer los mismos errores que ellos cometieron siglos antes.

La standup meeting la conducía Cronos. Tenía reputación de hambriento y le gustaba avanzar rápidamente en los temas sin detenerse mucho en detalles. Barbas sudaba de la ansiedad y esperaba que algo interrumpiera para siempre la reunión antes de que Cronos le preguntara por su estatus. Su poder aún no llegaba al grado de omni. Entre palabras cortadas y dudas respondió que su avance era mínimo y que tenía varios bloqueos para crear al hombre. No sabía bien cómo aplicar el concepto de moral para el producto terminado. En sus pruebas unitarias obtenía un error en el proceso ante las dicotomías. Cronos ya estaba desesperado con las excusas de Barbas y decidió quitarle la carga de tareas y redistribuirlas entre los desarrolladores más experimentados. La sonrisa de Buda y Ganesha desapareció cuando entendieron que tendrían que revisar y corregir las sandeces que Barbas había estado programando. Barbas estaría encargado de la hoja de estilos del producto y de hacerlo adaptable y comprensivo de acuerdo a género, raza y orientación sexual.


Siglos después la empresa contrató a un desarrollador junior con ínfulas de senior al que apodaban Superioridad para tratar de corregir las fallas de Barbas en esta nueva tarea.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Epílogo malogrado

La noticia era bastante escueta. El bus de servicio público había sufrido un accidente por la imprudencia del conductor y al estrellarse contra un camión que cruzaba en ese momento habían perdido la vida 3 pasajeros. El conductor y un par de pasajeros más resultaron ilesos o con heridas menores. Las tres víctimas habían sido identificadas por sus nombres pero en la noticia no se daba otra descripción o característica. Lida había leído una y otra vez el informe en la prensa, había buscado en otros medios y no encontró más que una réplica adaptada de la misma fuente. Aún le costaba entender cómo había salido viva del accidente cuando recordaba el fuerte golpe contra la silla frente a ella. Le costaba visualizar los segundos posteriores al impacto, sólo recordaba haber despertado en medio de una cantidad de curiosos que gritaban y lamentaban el hecho.


Leía nuevamente los nombres de las víctimas, preguntándose por qué justamente ellos y no ella. Esa incertidumbre que brinda el sobrevivir sin más justificación que el azar. Tal vez intentaba expiarse de una culpa que evidentemente no era suya, pero que sin querer estaba cargando. Ya había logrado identificar los rostros de las tres víctimas, su mente los ponía nuevamente en aquel bus e intentaba traer a la memoria las impresiones que se había hecho de ellos cuando los vio efímeramente al abordar. No había ninguna historia en particular digna de ser contada. Eran sólo tres coyunturas sin algo extraordinario que coincidían en un espacio – tiempo sin otra particularidad que la casualidad fatal posterior. Sintió un poco de tristeza por no tener mucho más para decirse. Le pareció frívolo que la vida pasara de forma tangencial sobre ella. Ya volvería a sonreír cuando la memoria cubriera el dolor.

jueves, 4 de agosto de 2016

Tríptico de tierra III

El reproductor le sugería la versión original de Dave Brubeck de Take five. Dudó un par de segundos y decidió pasar la canción. Había descubierto el jazz gracias a Cortázar, como tantos adolescentes con un ímpetu significativo de pretensión. Avanzó un par de canciones hasta que se detuvo en el eterno Miles Davis y su brillante Freddie freeloader. Se sintió parte de un enorme cliché de ciudad intermedia que se repite generación tras generación, como búsqueda infinita de huir de lo ordinario, con el irónico destino de matricularse en la exclusividad de lo masivo.

Dos personas se acercaron a la parada refugiándose del calor, sólo ahí volvió en sí para abordar el bus que se acercaba. No había mucho apuro, el café del pasaje comercial con impostado aire parisino estaría vacío a esa hora y sin problema hallaría un espacio en la barra. Le gustaba hablar con Ángela y David, le daba una sensación de estarlos educando a pesar de la marcada diferencia de edad. A pesar de la música en sus oídos hizo espacio para saludar al conductor, la cortesía no se negociaba nunca. De nuevo volvió a perderse en el pequeño reproductor que ahora sonaba Naima del incansable John Coltrane, y sin darse cuenta ya estaba sentado en cualquier lugar del bus. A pesar de su corta experiencia en la vida ya había perdido la ilusión de sentarse junto a una hermosa y efímera mujer que deviniera en un encuentro sexoliterario.


Seguía los compases de la música con sus dedos procurando no hacer mucho ruido que le trajera miradas de reproche de los otros pasajeros. Cuando hizo un recorrido visual para corroborar que era invisible notó que había mucha más gente de la que pensaba. Nadie llamativo, salvo un vestido colorido de una señora atrás de él. - Ni una historia que amerite ser contada – pensó. El reproductor sugería Satin Doll del “Duke” y creyó que algo mejor podría salir de ahí. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

Tríptico de tierra II

4:34 marcaba el reloj. La premura la invadió mientras juntaba unas pocas pertenencias y guardaba el dinero dentro del policromático bolso. - Ya es muy tarde – pensó mientras salía del caluroso cuarto, evitando que el hombre que se bañaba en la pequeña ducha del fondo la escuchara salir. Cada vez le costaba más seguir dejando un poco de su alma en cada cama, en cada cliente. Dejó el lugar sin mayor vestigio de pasado, cruzó la calle y caminó un par de cuadras hacia la parada del bus. Maldijo de nuevo al ver la hora. Había perdido diez minutos discutiendo con el hombre por un par de miles de pesos. Veía en retrospectiva que tal vez habría sido más rentable perder ese dinero por evitar el afán. Sonrió un poco al caer en cuenta que sólo a sus cuarenta años recién entendía aquel esquivo lema de que el tiempo es oro.


Sumida en la prisa abordó el bus. No era este el que más la acercara a donde estaba su hija, pero prefería caminar un poco más en lugar de esperar en esa calle humeante. Volteó los ojos cuando pasó frente al joven que se aislaba en su música a través de sus audífonos. Le molestaba profundamente que otros lograran ser islas en medio de un océano, cuando ella no podía dejar de sufrir el mundo. Se reprochó en silencio desearle el mal a aquel joven. Miró hacia el fondo del bus buscando un lugar, pero prefirió evitar a toda costa la muchacha que miraba hacia la calle como si descubriera el mundo por primera vez. Se sentó en el medio, lo odiaba. Hizo un esfuerzo casi grotesco por evitar que el delicado vestido se ensuciara. Lo había comprado (irresponsablemente) sólo para que ella la viera engalanada y tal vez así hiciera más fácil evitar las preguntas sobre el tiempo que llevaba sin verla.

sábado, 23 de julio de 2016

Tríptico de tierra I

María abordó el bus sin prisa. Se había quedado sin un rumbo definido después de que Abel le cancelara la cita que tanto esfuerzo le había requerido para ocultar su emoción. - Hoy no podré – fue lo único que le dijo. Ahora le quedaba un espacio de tiempo sin dueño para ordenar un poco su cabeza. Pagó el pasaje con indiferencia y se fue hacia atrás, siempre hacia la silla de la ventana de la penúltima fila a la izquierda. Ese era su lugar para recorrer la ciudad. Pasó frente a un hombre joven , más joven que ella, ensimismado en su reproductor musical. Le gustaba jugar a adivinar qué escucharía la gente basada sólo en sus vestimentas... “rock en español” pensó claramente. ¿Qué dirían de mí? Le gustaba pensarse como una Frank Zappa o The Allman Brothers, pero el truco es que eran el observador y su prejuicio los que decidían.


Tuvo tiempo para pensar mil teorías sobre la cancelación de Abel, cada una más dramática que la otra, pero todas la dejaban en una posición de rechazo inmisericorde. Tal vez nadie había aprendido a verla como ella se veía a sí misma. La ciudad le pasaba sin mucha emoción mientras se envolvía cada vez más en un galimatías de sensaciones. El colorido vestido de la señora que subía al bus la trajo de vuelta. Se le hizo un personaje fuera de contexto, como una mancha de pintura sobre una foto en blanco y negro. Se sentó dos filas delante de ella pero a la derecha, en un ángulo que le permitía ver las reacciones de su perfil. Eso le emocionó y la llevó a conjeturar orígenes y destinos de aquel personaje anacrónico. Tal vez iba a reclamarle a una amante de su pareja. Tal vez venía de cobrar una deuda... Sonrió como no lo hacía desde la llamada inicial de Abel concertando una cita.

jueves, 21 de julio de 2016

Variaciones sobre Ámbar Violeta

Julio la reconoció de inmediato. Había leído en el periódico la noticia sobre Ámbar, la misteriosa niña que aparecía esporádicamente en las estaciones del Metro cuando ocurría una fatalidad al interior de ellas. El artículo comentaba que los ojos de la niña cambiaban de color unos segundos antes de que de forma abrupta y silenciosa apareciera una víctima en medio del caos diario del sistema de transporte. Nada se sabía sobre ella, no tenía un horario o una rutina. Los curiosos la habían bautizado Ámbar por el color de sus ojos durante su estado “normal”.

La estación estaba particularmente atestada ese día. Julio intentaba recordar cada rostro que veía, imaginando cuál de ellos sería la víctima que vaticinaba la presencia de Ámbar, como si quisiera servirle de último testimonio ante el inevitable destino. Los minutos pasaban y nada parecía alterar el ya anárquico vaivén de la estación. Julio no perdía de vista a Ámbar que poco hacía por pasar desapercibida entre la multitud. Estaba sentada en suelo, con su vestido blanco inmaculado y la mirada fija hacia la nada. Julio intuía que otros la habían reconocido y por eso la evitaban, pero para la mayoría de efímeros habitantes de la estación era una simple presencia invisible más.

La angustia hizo presa de Julio. Nunca había sido bueno para esperar y el paso del tiempo le llenaba de impaciencia. Pensó en acercarse a Ámbar y gritarle, obligarla a hacer su trabajo... se llenó de un miedo petrificante que lo devolvió antes de empezar a caminar.

El tren que llegaba se detuvo y Julio vio su reflejo en una de las ventanas del vagón frente a él. No tardó mucho en comprender que los ojos que buscaba en la multitud eran los suyos, cuando en el reflejo también vio los ojos de Ámbar cambiando a un color violeta. Esperó (curiosamente) paciente a que el último suspiro de aire dejara su cuerpo.


El tren dejó la estación. Julio necesitó un par de segundos para comprender que la única fatalidad era seguir allí.