Cuando
entendió que no había más por escribir decidió escribir hasta que
no hubiese algo más para no escribir y haberlo abarcado todo en
medio la incompletitud sistémica del sistema completo que se define
a sí mismo para poder existir en su negación y ocupar
simultáneamente el volumen de su materia y antimateria como el que
vuelve a su reflejo ante el espejo para reconocerse como el que fue y
ya no es y por ende no puede reconocer el hombre que fue antes de ser
el que es ahora y no mañana como el tiempo que se yuxtapone a su
propio devenir para recorrerse en ciclos que no empiezan ni terminan
porque no hay límite visible o calculable que sirva de referencia a
lo que ha iniciado o finalizado sin causa alguna o efecto resultante
de la colisión espacio-temporal de lo que ha sido y ha debido ser
sin que se pueda emitir un juicio de valor que ya no vale nada porque
sin el tiempo no hay tal juicio y sin el espacio no hay lugar para el
juicio que ya perdió su valor ante el análisis inductivo que
termina por deducir que no hay generalidad en la particularidad ni
particularmente algo genérico que enmarque sistémicamente el
conjunto que definimos como partida que busca reflexivamente una
relación terminal en otro universo que lo concluya pero no lo
delimite en ese mismo acontecer de su sobreyectividad punto por punto
que pasa por todos los puntos y por ninguno como el tiempo cuando se
bifurca en sí mismo y se reinicia sin sentido como el texto que se
escribe de corrido sin habérselo propuesto
300 al cubo, reto de escritura
jueves, 15 de septiembre de 2016
miércoles, 24 de agosto de 2016
Scrum
Barbas
llegó tarde a la daily meeting como lo había hecho toda la semana.
El ritmo de trabajo era agotador y tenía represadas varias tareas
que en realidad nunca había entendido. La definición del proyecto
humanidad era un mar de dudas y generalidades sin mucha profundidad.
Barbas culpaba a los dueños del producto por introducir la
posibilidad del libre albedrío como un requisito indispensable para
la primera fase. Le parecía más sensato construir un prototipo
determinista aconductable y probarlo en un ambiente relacional y
luego, sólo si era rentable, llenarlo de características
libertarias.
El
gordo Buda y el pulpo Ganesha se reían de él entre dientes. Habían
dejado de ser juniors en el desarrollo y les gustaba burlarse de la
desgracia del novato cuando lo veían cometer los mismos errores que
ellos cometieron siglos antes.
La
standup meeting la conducía Cronos. Tenía reputación de hambriento
y le gustaba avanzar rápidamente en los temas sin detenerse mucho en
detalles. Barbas sudaba de la ansiedad y esperaba que algo
interrumpiera para siempre la reunión antes de que Cronos le
preguntara por su estatus. Su poder aún no llegaba al grado de omni.
Entre palabras cortadas y dudas respondió que su avance era mínimo
y que tenía varios bloqueos para crear al hombre. No sabía bien
cómo aplicar el concepto de moral para el producto terminado. En sus
pruebas unitarias obtenía un error en el proceso ante las
dicotomías. Cronos ya estaba desesperado con las excusas de Barbas y
decidió quitarle la carga de tareas y redistribuirlas entre los
desarrolladores más experimentados. La sonrisa de Buda y Ganesha
desapareció cuando entendieron que tendrían que revisar y corregir
las sandeces que Barbas había estado programando. Barbas estaría
encargado de la hoja de estilos del producto y de hacerlo adaptable y
comprensivo de acuerdo a género, raza y orientación sexual.
Siglos
después la empresa contrató a un desarrollador junior con ínfulas
de senior al que apodaban Superioridad para tratar de corregir las
fallas de Barbas en esta nueva tarea.
miércoles, 10 de agosto de 2016
Epílogo malogrado
La
noticia era bastante escueta. El bus de servicio público había
sufrido un accidente por la imprudencia del conductor y al
estrellarse contra un camión que cruzaba en ese momento habían
perdido la vida 3 pasajeros. El conductor y un par de pasajeros más
resultaron ilesos o con heridas menores. Las tres víctimas habían
sido identificadas por sus nombres pero en la noticia no se daba otra
descripción o característica. Lida había leído una y otra vez el
informe en la prensa, había buscado en otros medios y no encontró
más que una réplica adaptada de la misma fuente. Aún le costaba
entender cómo había salido viva del accidente cuando recordaba el
fuerte golpe contra la silla frente a ella. Le costaba visualizar los
segundos posteriores al impacto, sólo recordaba haber despertado en
medio de una cantidad de curiosos que gritaban y lamentaban el hecho.
Leía
nuevamente los nombres de las víctimas, preguntándose por qué
justamente ellos y no ella. Esa incertidumbre que brinda el
sobrevivir sin más justificación que el azar. Tal vez intentaba
expiarse de una culpa que evidentemente no era suya, pero que sin
querer estaba cargando. Ya había logrado identificar los rostros de
las tres víctimas, su mente los ponía nuevamente en aquel bus e
intentaba traer a la memoria las impresiones que se había hecho de
ellos cuando los vio efímeramente al abordar. No había ninguna
historia en particular digna de ser contada. Eran sólo tres
coyunturas sin algo extraordinario que coincidían en un espacio –
tiempo sin otra particularidad que la casualidad fatal posterior.
Sintió un poco de tristeza por no tener mucho más para decirse. Le
pareció frívolo que la vida pasara de forma tangencial sobre ella.
Ya volvería a sonreír cuando la memoria cubriera el dolor.
jueves, 4 de agosto de 2016
Tríptico de tierra III
El
reproductor le sugería la versión original de Dave Brubeck de Take
five. Dudó un par de segundos y decidió pasar la canción. Había
descubierto el jazz gracias a Cortázar, como tantos adolescentes con
un ímpetu significativo de pretensión. Avanzó un par de canciones
hasta que se detuvo en el eterno Miles Davis y su brillante Freddie
freeloader. Se sintió parte de un enorme cliché de ciudad
intermedia que se repite generación tras generación, como búsqueda
infinita de huir de lo ordinario, con el irónico destino de
matricularse en la exclusividad de lo masivo.
Dos
personas se acercaron a la parada refugiándose del calor, sólo ahí
volvió en sí para abordar el bus que se acercaba. No había mucho
apuro, el café del pasaje comercial con impostado aire parisino
estaría vacío a esa hora y sin problema hallaría un espacio en la
barra. Le gustaba hablar con Ángela y David, le daba una sensación
de estarlos educando a pesar de la marcada diferencia de edad. A
pesar de la música en sus oídos hizo espacio para saludar al
conductor, la cortesía no se negociaba nunca. De nuevo volvió a
perderse en el pequeño reproductor que ahora sonaba Naima del
incansable John Coltrane, y sin darse cuenta ya estaba sentado en
cualquier lugar del bus. A pesar de su corta experiencia en la vida
ya había perdido la ilusión de sentarse junto a una hermosa y
efímera mujer que deviniera en un encuentro sexoliterario.
Seguía
los compases de la música con sus dedos procurando no hacer mucho
ruido que le trajera miradas de reproche de los otros pasajeros.
Cuando hizo un recorrido visual para corroborar que era invisible
notó que había mucha más gente de la que pensaba. Nadie llamativo,
salvo un vestido colorido de una señora atrás de él. - Ni una
historia que amerite ser contada – pensó. El reproductor sugería
Satin Doll del “Duke” y creyó que algo mejor podría salir de
ahí.
miércoles, 3 de agosto de 2016
Tríptico de tierra II
4:34
marcaba el reloj. La premura la invadió mientras juntaba unas pocas
pertenencias y guardaba el dinero dentro del policromático bolso. -
Ya es muy tarde – pensó mientras salía del caluroso cuarto,
evitando que el hombre que se bañaba en la pequeña ducha del fondo
la escuchara salir. Cada vez le costaba más seguir dejando un poco
de su alma en cada cama, en cada cliente. Dejó el lugar sin mayor
vestigio de pasado, cruzó la calle y caminó un par de cuadras hacia
la parada del bus. Maldijo de nuevo al ver la hora. Había perdido
diez minutos discutiendo con el hombre por un par de miles de pesos.
Veía en retrospectiva que tal vez habría sido más rentable perder
ese dinero por evitar el afán. Sonrió un poco al caer en cuenta que
sólo a sus cuarenta años recién entendía aquel esquivo lema de
que el tiempo es oro.
Sumida
en la prisa abordó el bus. No era este el que más la acercara a
donde estaba su hija, pero prefería caminar un poco más en lugar de
esperar en esa calle humeante. Volteó los ojos cuando pasó frente
al joven que se aislaba en su música a través de sus audífonos. Le
molestaba profundamente que otros lograran ser islas en medio de un
océano, cuando ella no podía dejar de sufrir el mundo. Se reprochó
en silencio desearle el mal a aquel joven. Miró hacia el fondo del
bus buscando un lugar, pero prefirió evitar a toda costa la muchacha
que miraba hacia la calle como si descubriera el mundo por primera
vez. Se sentó en el medio, lo odiaba. Hizo un esfuerzo casi grotesco
por evitar que el delicado vestido se ensuciara. Lo había comprado
(irresponsablemente) sólo para que ella la viera engalanada y tal
vez así hiciera más fácil evitar las preguntas sobre el tiempo que
llevaba sin verla.
sábado, 23 de julio de 2016
Tríptico de tierra I
María
abordó el bus sin prisa. Se había quedado sin un rumbo definido
después de que Abel le cancelara la cita que tanto esfuerzo le había
requerido para ocultar su emoción. - Hoy no podré – fue lo único
que le dijo. Ahora le quedaba un espacio de tiempo sin dueño para
ordenar un poco su cabeza. Pagó el pasaje con indiferencia y se fue
hacia atrás, siempre hacia la silla de la ventana de la penúltima
fila a la izquierda. Ese era su lugar para recorrer la ciudad. Pasó
frente a un hombre joven , más joven que ella, ensimismado en su
reproductor musical. Le gustaba jugar a adivinar qué escucharía la
gente basada sólo en sus vestimentas... “rock en español” pensó
claramente. ¿Qué dirían de mí? Le gustaba pensarse como una Frank
Zappa o The Allman Brothers, pero el truco es que eran el observador
y su prejuicio los que decidían.
Tuvo
tiempo para pensar mil teorías sobre la cancelación de Abel, cada
una más dramática que la otra, pero todas la dejaban en una
posición de rechazo inmisericorde. Tal vez nadie había aprendido a
verla como ella se veía a sí misma. La ciudad le pasaba sin mucha
emoción mientras se envolvía cada vez más en un galimatías de
sensaciones. El colorido vestido de la señora que subía al bus la
trajo de vuelta. Se le hizo un personaje fuera de contexto, como una
mancha de pintura sobre una foto en blanco y negro. Se sentó dos
filas delante de ella pero a la derecha, en un ángulo que le
permitía ver las reacciones de su perfil. Eso le emocionó y la
llevó a conjeturar orígenes y destinos de aquel personaje
anacrónico. Tal vez iba a reclamarle a una amante de su pareja. Tal
vez venía de cobrar una deuda... Sonrió como no lo hacía desde la
llamada inicial de Abel concertando una cita.
jueves, 21 de julio de 2016
Variaciones sobre Ámbar Violeta
Julio la reconoció de
inmediato. Había leído en el periódico la noticia sobre Ámbar, la
misteriosa niña que aparecía esporádicamente en las estaciones del
Metro cuando ocurría una fatalidad al interior de ellas. El artículo
comentaba que los ojos de la niña cambiaban de color unos segundos
antes de que de forma abrupta y silenciosa apareciera una víctima en
medio del caos diario del sistema de transporte. Nada se sabía sobre
ella, no tenía un horario o una rutina. Los curiosos la habían
bautizado Ámbar por el color de sus ojos durante su estado “normal”.
La estación estaba
particularmente atestada ese día. Julio intentaba recordar cada
rostro que veía, imaginando cuál de ellos sería la víctima que
vaticinaba la presencia de Ámbar, como si quisiera servirle de
último testimonio ante el inevitable destino. Los minutos pasaban y
nada parecía alterar el ya anárquico vaivén de la estación. Julio
no perdía de vista a Ámbar que poco hacía por pasar desapercibida
entre la multitud. Estaba sentada en suelo, con su vestido blanco
inmaculado y la mirada fija hacia la nada. Julio intuía que otros la
habían reconocido y por eso la evitaban, pero para la mayoría de
efímeros habitantes de la estación era una simple presencia
invisible más.
La angustia hizo presa de
Julio. Nunca había sido bueno para esperar y el paso del tiempo le
llenaba de impaciencia. Pensó en acercarse a Ámbar y gritarle,
obligarla a hacer su trabajo... se llenó de un miedo petrificante
que lo devolvió antes de empezar a caminar.
El tren que llegaba se
detuvo y Julio vio su reflejo en una de las ventanas del vagón
frente a él. No tardó mucho en comprender que los ojos que buscaba
en la multitud eran los suyos, cuando en el reflejo también vio los
ojos de Ámbar cambiando a un color violeta. Esperó (curiosamente)
paciente a que el último suspiro de aire dejara su cuerpo.
El tren dejó la
estación. Julio necesitó un par de segundos para comprender que la
única fatalidad era seguir allí.
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